A Sergio le duele la cabeza. Son tantas las posibilidades que se le han pasado por la azotea, que a estas horas mezcla ideas e impulsos. No sabe si llamar o escribir, si presentarse por sorpresa o dejar pasar más tiempo. -No, más tiempo no, ya está bien-, se dice. Y se decide por la primera opción, por recurrir a la nostalgia de los buenos tiempos, de las primeras veces, del inicio de todo. El guasap vuelve a ser su aliado, un mensaje y una carita de guiño que es respondida secamente con un ¿para qué? Sergio se da cuenta de que hay que subir la apuesta: -Necesito verte y hablar mirándote a los ojos- escribe en el móvil, y se la imagina poniendo esa sonrisa picarona suya mientras contesta. -Vale, pero mejor a las 6 -.
Quedan en las escaleras del Congreso de los Diputados, custodiados por esos dos leones que tanto saben de su vida. Ahora prefieren los últimos escalones, el amparo de las columnas, otra visión distinta de la plaza. Se saludan con un beso insípido en los labios. Cristina llega bellísima, con ese vestido colorido que estiliza su figura y con su cazadora vaquera favorita. Además se ha maquillado levemente para resaltar ojos y pómulos y calza esos botines que hacen retumbar el firme a cada paso. Sergio siente que no ha comenzado el partido y ya pierde 1-0.
-¿Cómo ha cambiado la Plaza, eh? -, pregunta dubitativo él.
-Será el paso del tiempo, como todas las cosas se van adecentando -, dice Cristina al sentarse a dos palmos de él.
-Hoy, al menos, esto está tranquilo, se nota que no hay manifestaciones, hay pocos polis por aquí -, suelta aliviado Sergio.
-Solo me faltaba eso, tener que salir corriendo -, responde ella.
-¿Qué pasa? ¿No has tenido buen día? -, insiste Sergio.
-Mejorable, pero vamos pensaba que irías al grano desde el principio. Han pasado diez días y habrás tenido tiempo para buscar soluciones ¿no? -.
-Sí, sí. Claro, claro. Joder de hecho he pensado que no había mejor sitio que este, donde quedábamos al principio -.
-Ya me he dado cuenta, ya. Tú y tus detalles…
-Pues yo quería explicarte que estamos en la segunda legislatura. A punto de terminarla y con la necesidad de votar. ¿Queremos continuar con el mismo gobierno o decidimos cambiar…? -. Recita Sergio, como si fuera un discurso perfectamente repasado.
-¿Cómo? ¿Qué dices de legislatura? Me estás vacilando, ¿no? -, pregunta descolocada Cristina.
-Nada de eso -, responde Sergio, consciente de que ha recuperado el control de la conversación.
En ese momento un grupo de universitarios hacen cola para visitar el Congreso. Se amontonan en la parte baja de las escaleras y un policía les confunde con el resto del grupo.
-¡Eh! Ustedes. Venga que la visita va a comenzar, no se hagan los rezagados -. Ambos se miran atónitos y antes de que ella responda al policía Sergio ve su oportunidad y se lanza. Coge su mano y se incrustan en la cola como uno más.
-¿Qué haces?
-Estoy dejando de ser previsible, estoy intentando no ser políticamente correcto, estoy volviendo a sorprenderte.
-¿Y crees que es el mejor momento? Teníamos una conversación a medias -.
-Venga chicos id pasando y entrad por esta primera puerta a mano derecha. Tenemos que pasar todas las mochilas y bolsos por el detector de metales -, interrumpe la voz del vigilante de seguridad.
-No se me ocurre un sitio mejor para charlar y debatir sobre el estado de nuestra relación que este-dice irónico Sergio.
-O sea que yo diciéndote que no sé hacia donde va lo nuestro. Que me veo estancada y tú te lo tomas a cachondeo -, responde Cristina
-Todo lo contrario, mi único interés es estimular el consumo. El de ambos, me refiero-.
-Una ironía más y me voy -, añade Cristina.
-Bienvenidos a la Cámara Baja de las Cortes Generales o al Congreso de los Diputados como se le conoce popularmente. Están ustedes en el órgano constitucional que representa al pueblo español. En el corazón de la democracia. Mi nombre es Jesús Sánchez y les voy a guiar por esta casa, acompáñenme. En este primer pasillo se encontrarán con caras más conocidas y otras que le sonarán menos. En los cuadros aparecen todos los presidentes del gobierno desde 1978. Antes de que los juzguen precipitadamente piensen que ninguno de ellos lo tuvo fácil y que todos sacrificaron algo en el camino por servir a su país y por defender la democracia que ahora disfrutamos.
-En serio, no vamos a tener que aguantar esto durante hora y media, ¿no? -, le susurra Cristina.
-Tranquila, déjate llevar. Está todo controlado -, le dice Sergio, mientras traga saliva mirando hacia otro lado. Sus ojos buscan desesperadamente una salida, ve una puerta entornada y cuando piensa en acceder al despacho una voz surge del interior de la sala y comienza a hablar por teléfono. Más adelante están los baños, pero no es la puesta en escena que había pensado. El siguiente cartel le alivia el sofoco: Cafetería.
-Al final del pasillo te separas del grupo y subes las escaleras conmigo. Con naturalidad y sin prisas. ¡Ok! -, dice entre dientes Sergio. A Cristina ese punto de tensión y aventura le eriza la piel. Es una sensación que hace tiempo que no tenía.
-Vale, vale -, acepta sin discusión.
Nadie repara en su ausencia y ambos se sienten aliviados cuando alcanzan el piso de arriba. Por fin vuelve a estar solos.
-Para traerme a una cafetería igual no hacía falta tanta parafernalia -, ataca de nuevo Cristina
-Bueno dijiste que no querías monotonía. Pues aquí tienes algo diferente. ¡Ah! Y por cierto, no vamos a la cafetería -, responde Sergio.
Subiendo las escaleras se ha visto representado en esos estudiantes mucho tiempo atrás, ha recordado la excursión que hizo con el instituto, y que justo al lado de la cafetería se encuentra la bancada de prensa. A la cabeza le llega el pensamiento de aquel día, cuando fantaseaba con ser plumilla para destapar verdades incómodas. -¡Qué listos, estos! Con el bar al lado por si se aburran -.
-Toma asiento -, le dice a Cristina mientras ella mira embobada el hemiciclo desde las alturas, -desde aquí se ve todo mejor -, añade Sergio.
-Es lo mismo que se ve por televisión. Solo que ahora hay aún menos parlamentarios de lo habitual -. Dice Cristina
-Es cierto. Y lo mal que tratamos ahora a la democracia con lo que costó conseguirla, ¿eh? -.
-Supongo que se trata de cuidarla día a día, y los que se sientan en esos sillones no se preocupan mucho por cuidar o defender lo que tienen.
-¿Tú crees que nosotros seriamos buenos políticos? -, pregunta Sergio.
-¿Nosotros? ¿Qué me quieres decir con eso? -.
-No sé, yo creo que tu manera de amar es la manera en que un político ama el poder -. Insiste Sergio.
-¿Cómo? -.
Sí, sí. Mira tú intentas perpetuarte en el poder, tu anhelas el amor para toda la vida, tu piensas en envejecer sentada en el mismo sillón.
¿Y tú que preferirías cambiar de sillón cada dos por tres? ¿o es que ahora te molesta mi forma de querer? -, pregunta Cristina
-No, no es eso. Pero he estado dando vueltas durante todos estos días y creo que la clave está en las legislaturas. Las relaciones de amor deberían construirse a base de legislaturas -.
-¿Has dejado de leer el Marca y te ha dado por leer a Rousseau o Hobbes? -, vuelve a insistir Cristina.
-Quién es la que está ahora de cachondeo. Te estoy hablando en serio. Ese amor para toda la vida que tú quieres solo puede construirse acudiendo a las urnas periódicamente, cada cuatro años, por ejemplo, para saber como se están haciendo las cosas, para saber si el gobierno de turno se ha ganado la confianza de los electores o si por el contrario el voto de castigo les dejará compuesto y sin pareja -.
-¿Y en que se diferencia eso de lo de ahora? ¿En que el qué tal, cómo va todo, tardarás cuatro años en preguntármelo? -, replica Cristina.
-Está claro que necesito un voto de confianza. El trabajo me ha absorbido en los últimos meses, me he dejado llevar por la rutina y no me he preocupado por nosotros. Pero también he aprendido de los errores y no voy a repetirlos -.
-¿Te veo muy seguro? -, le sugiere Cristina.
Sin seguridad en si mismos los políticos que se sientan aquí perderían su careta. Irían desnudos.
-¿Y tú pretendes ser solo fachada? -, vuelve a preguntar Cristina.
-Sabes que no. Y para que veas que no es así me gustaría poder terminar de explicarte mi teoría sobre nuestra relación -.
-Espero no arrepentirme, adelante -, dice Cristina.
-He pensado en todo -, dice entusiasmado Sergio, -con que haya gabinete de crisis cada vez que una discusión o problema haga tambalearse al gobierno, con los congresos del partido en forma de citas y planes juntos para estrechar lazos con el electorado y con un potente grupo de comunicación detrás que ayude a lanzar nuestros mensajes. Si algo me ha mortificado estos días ha sido la falta de comunicación. Algo fundamental en una pareja -.
Cristina esboza una leve sonrisa que borra de inmediato para adquirir un rictus serio: -¿Y que ocurre si en medio de la legislatura hay una infidelidad? -.
El rumor de pasos y cuchicheos inunda de repente la tranquilidad del hemiciclo. Bueno chicos pues estamos ante la joya de la corona de este edificio. Donde 350 diputados marcan el devenir del país cada día. Se trata de un lugar que adquirió un simbolismo especial aquel 23 de febrero de 1981, la crisis de credibilidad y confianza que sufría el Gobierno de Adolfo Suárez era tremenda y se produjo el golpe de Estado que ya habréis estudiado en clase. Si miráis allí arriba, en el techo todavía se pueden observar los tiros del Teniente Coronel Tejero. En las sucesivas remodelaciones que ha sufrido la cámara no se han querido tapar los impactos de bala para no olvidar lo que pasó.
-Ahí lo tienes, -responde por fin Sergio-, siempre quedará el golpe de Estado o la moción de censura si se prefiere la vía democrática. ¿Qué más quieres? -, dice confiado Sergio.
-Lo que yo quiero es que me vuelvas a sorprender, que me vuelvas a divertir, que sea toda una experiencia quedar contigo.
-Igual lo de hoy es una pequeña muestra de lo que te espera.
-Pues yo espero que no sea todo una bonita puesta en escena y poco más. Quiero hechos, ya me cansé de palabras bonitas, y tiempo. Tiempo para saber lo que quiero.
Claro, claro. Bueno puedes tomarte los días que quieras. Supongo que necesitas reflexionar.
-Sí, eso es lo único que tengo claro ahora.
-Ya me imaginaba que esto no sería tan sencillo.
-Miralo por el lado bueno, todavía puedes buscar un eslogan, ya sabes, algo potente, con sonoridad, para terminar de convencer a alguna indecisa…
-Un eslogan… murmura Sergio con sorna, mientras la ve alejarse por el pasillo. Un eslogan, vuelve a repetir cuando se queda solo recostado en el asiento. Claro era eso… dice mientras se descubre acariciando su esclava. Fue el regalo más importante que ella le hizo en la primera legislatura. Ahí tiene la pista que necesitaba. En ese momento Cristina aparece en el hemiciclo y asciende los escalones que la conducen hasta el estrado principal. Desde allí mira hacia la zona de prensa, justo antes de escribir algo en un papel.
-¡Sergio lucha por lo que quiere!, grita su novio desde la bancada de prensa. ¡Sergio lucha por lo que quiere! Repite de nuevo más alto asomándose a la baranda. Y ella sonríe saliendo de la sala y dejando atrás su voto.